
Cuando no tienes más opción que ser fuerte, eso es lo que eres.
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La vida tiene una forma de darnos sorpresas, y para muchos, llega un momento en que nos encontramos en una encrucijada donde la fuerza se vuelve una necesidad. Ante desafíos implacables, el espíritu humano suele levantarse para afrontarlos, y nos convertimos en los pilares de fortaleza en los que otros se apoyan. Sin embargo, lo que muchos olvidan es que bajo esa fuerza yace un corazón que siente, un alma que necesita conexión y una mente que a veces duda.
Durante los últimos 14 años, he atravesado una serie de eventos desafortunados que han marcado mi existencia de maneras que jamás imaginé. Aunque no comparta toda la historia con todos, quienes sí la conocen a menudo me preguntan: "¿Cómo lo logras?". Su preocupación nace del amor, reconociendo que el peso que llevo es considerable. Y es pesado, a veces insoportable.
Existe la idea errónea de que si alguien puede resistir, debe estar bien. La verdad es que no siempre soy positivo. No tengo todas las respuestas, y hay días en que no estoy bien. La expectativa de que debería estar bien porque no tengo más remedio que ser fuerte me supone una carga adicional. La gente suele asumir que estaré bien, que encontraré la manera de superarlo porque ya lo he hecho antes. Sin embargo, lo que no ven es el aislamiento que puede acompañar esa fortaleza: la falta de alguien que me anime, que me dé momentos de comprensión o que tenga conversaciones sinceras sobre lo profundo de mis sentimientos.
En medio del caos, he llegado a un punto en el que anhelo autenticidad y conexión en mi vida. Anhelo relaciones basadas en la sinceridad, donde la gente realmente comprenda mi esencia. Pero mantenerme firme en medio de las olas tumultuosas de la vida es un desafío. Es desalentador sentir que muchos han perdido el contacto con lo que significa ser humano. En un mundo donde la validación en redes sociales a menudo prevalece, el simple hecho de estar ahí para alguien parece haber sido eclipsado por la necesidad de reconocimiento en línea.
Me esfuerzo por encarnar la humanidad que deseo recibir. Cuando presencio una tragedia, me tomo un momento para reflexionar, sentir gratitud por mis propias circunstancias y orar por los afectados. Cuando me encuentro con alguien necesitado, ofrezco mi ayuda sin dudarlo, impulsado por un deseo genuino de apoyar a los demás. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos por ser abierto y genuino, a menudo he descubierto que esa misma compasión no es recíproca. Esta realidad no solo es desgarradora, sino también profundamente decepcionante.
Quizás sea un reflejo de los tiempos en que vivimos, donde la empatía puede parecer un recurso escaso. Pero me niego a creer que esta falta de conexión defina mi valor o el de cualquier otra persona que sienta lo mismo. Todos somos humanos y todos tenemos necesidades. Está bien buscar apoyo y expresar vulnerabilidad. La fortaleza no se trata solo de mantenerse firme ante la adversidad; también se trata de reconocer nuestras emociones y acoger a la comunidad que nos rodea.
Así que, a cualquiera que sienta el peso del mundo sobre sus hombros, recuerden que está bien no ser siempre fuerte. Está bien buscar a quienes simplemente se sentarán contigo en silencio, ofreciéndote consuelo sin la presión de actuar. Todos merecemos conexiones reales, relaciones que nutran nuestras almas y la bondad que surge de una comprensión genuina de las experiencias de los demás.
Juntos, recuperemos nuestra humanidad y construyamos un mundo donde la fuerza y la vulnerabilidad coexistan, donde podamos apoyarnos unos en otros y donde la amabilidad sea la piedra angular de nuestras interacciones.